Biblia Viva

...la Biblia de Jerusalén

II Samuel 19, 1-37

1 Entonces el rey se estremeció. Subió a la estancia que había encima
de la puerta y rompió a llorar. Decía entre sollozos: «¡Hijo mío, Absalón;
hijo mío, hijo mío, Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu
lugar,
Absalón, hijo mío, hijo mío!»


2 Avisaron a Joab: «Mira que el rey está llorando y lamentándose por
Absalón.»

3 La victoria se trocó en duelo aquel día para todo el pueblo, porque
aquel día supo el pueblo que el rey estaba desolado por su hijo.

4 Y aquel día fue entrando el ejército a escondidas en la ciudad, como
cuando va a escondidas un ejército que huye avergonzado de la batalla.

5 El rey, tapado el rostro, decía con grandes gemidos: «¡Hijo mío,
Absalón; Absalón, hijo mío, hijo mío!»

6 Entró Joab en la casa, donde el rey, y le dijo: «Estás hoy cubriendo
de vergüenza el rostro de todos tus servidores, que han salvado hoy tu vida,
la vida de tus hijos y tus hijas, la vida de tus mujeres y la
vida de tus
concubinas,

7 porque amas a los que te aborrecen y aborreces a los que te aman;
hoy has demostrado que nada te importan tus jefes ni tus soldados; ahora
estoy comprendiendo que si Absalón viviera y todos nosotros hubiéramos
muerto hoy, te habría parecido bien.

8 Ahora, pues, levántate, sal y habla al corazón de tus servidores,
porque por Yahveh te juro que, si no sales, no quedará contigo esta noche ni
un hombre, y esto sería para ti mayor calamidad que cuantas vinieron sobre
ti desde tu juventud hasta hoy.»

9 Se levantó el rey y vino a sentarse a la puerta. Se avisó a
todo el
ejército: «El rey está sentado a la puerta», y todo el ejército se presentó ante
el rey. Israel había huido cada uno a su tienda.

10 Y todo el pueblo discutía en todas las tribus de Israel diciendo: «El
rey nos libró de nuestros enemigos y nos salvó de manos de los filisteos y
ahora ha tenido que huir del país, lejos de Absalón.

11 Pero Absalón, a quien ungimos por rey nuestro, ha muerto en la
batalla. Así pues, ¿por qué estáis sin hacer nada para traer al rey?»

12 Llegaron hasta el rey estas palabras de todo Israel; y el rey David
mandó a decir a los sacerdotes Sadoq y Abiatar: «Decid a los ancianos de
Judá: “¿Por qué vais a ser los últimos en traer al rey a su casa?

13 Sois mis hermanos, mi carne y mis huesos sois, y ¿vais a ser los
últimos en hacer volver al rey?”

14 Decid también a Amasá: “¿No eres tú hueso mío y carne mía? Esto
me haga Dios y esto me añada si no entras a mi servicio toda mi vida como
jefe del ejército, en lugar de Joab.”»

15 Entonces se inclinó el corazón de todos los hombres de Judá como
un solo hombre y enviaron a decir al rey: «Vuelve, tú y todos tus
servidores.»

16 Volvió, pues, el rey y llegó hasta el Jordán. Judá llegó hasta
Guilgal, viniendo al encuentro del rey para ayudar al rey a pasar el Jordán.

17 Semeí, hijo de Guerá, benjaminita de Bajurim, se apresuró a bajar
con los hombres de Judá al encuentro del rey David.

18 Venían con él mil hombres de Benjamín. Sibá, criado de la casa de
Saúl, sus quince hijos y sus veinte siervos bajaron al Jordán delante del rey,


19 para ayudar a pasar a la familia del rey, y hacer todo lo que
le
pareciera bien. Semeí, hijo de Guerá, se echó ante el rey, cuando
hubo
pasado el Jordán,

20 y dijo al rey: «No me impute culpa mi señor y no recuerdes el mal
que tu siervo hizo el día en que mi señor el rey salía de Jerusalén; que no lo
guarde el rey en su corazón,

21 porque bien conoce tu siervo que he pecado, pero he venido hoy el
primero de toda la casa de José, para bajar al encuentro de mi señor el rey.»
22 Entonces Abisay, hijo de Sarvia, tomó la palabra y dijo: «¿Es que

no va a morir Semeí por haber maldecido al ungido de Yahveh?»

23 Pero David dijo: «¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia, que
os convertís hoy en adversarios míos? ¿Ha de morir hoy alguien en Israel?

¿Acaso no conozco que hoy vuelvo a ser rey de Israel?»

24 El rey dijo a Semeí: «No morirás.» Y el rey se lo juró.

25 También Meribbaal, hijo de Saúl, bajó al encuentro del rey. No
había aseado sus pies ni sus manos, no había cuidado su bigote ni
había
lavado sus vestidos desde el día en que se marchó el rey hasta el día en que
volvió en paz.

26 Cuando llegó de Jerusalén al encuentro del rey, el rey le dijo: «¿Por
qué no viniste conmigo, Meribbaal?»

27 Respondió él: «¡Oh rey, señor mío! Mi servidor me engañó: Tu
siervo le había dicho: “Aparéjame el asno; montaré en él, y me iré con el
rey”, porque tu siervo es cojo.

28 Ha calumniado a tu siervo ante mi señor el rey. Pero el rey mi
señor es como el Ángel de Dios y harás lo que bien te pareciere.

29 Pues toda la familia de mi padre merecía la muerte de parte del rey
mi señor, y tú, con todo, has puesto a tu siervo entre los que
comen a tu
mesa. ¿Qué derecho tengo yo a implorar todavía al rey?»

30 El rey le dijo: «¿Para qué vas a seguir repitiendo tus palabras? He
decidido que tú y Sibá os repartáis las tierras.»

31 Dijo Meribbaal al rey: «Y aun todo puede llevárselo, ya que mi
señor el rey ha vuelto en paz a su casa.»

32 También Barzillay de Galaad había bajado de Roguelim y había
pasado el Jordán con el rey para despedirle en el Jordán.

33 Barzillay era muy anciano; tenía ochenta años. Había
proporcionado alimentos al rey durante su estancia en Majanáyim, porque
era un hombre muy rico.

34 Dijo el rey a Barzillay: «Sigue conmigo y yo te mantendré junto a
mí en Jerusalén.»

35 Pero Barzillay dijo al rey: «¿Cuántos podrán ser los años de mi
vida para que suba con el rey a Jerusalén?

36 Ochenta años tengo. ¿Puedo hoy distinguir entre lo bueno y lo
malo? Tu siervo no llega ya a saborear lo que come o bebe, ni alcanzo ya a
oír la voz de los cantores y cantoras. ¿Por qué tu siervo ha de seguir siendo
una carga para el rey mi señor?


37 Tu siervo continuará con el rey un poco más allá del Jordán, pero

¿para qué ha de concederme el rey tal recompensa?